“Mi mejor hipótesis hoy es que, para poder superar el tedio, necesitamos tener convicción de por qué (o al menos para qué) estamos trabajando. Y, en segundo lugar, aceptar que trabajar implica una incomodidad permanente.”
El trabajo y el tedio
El ochenta por ciento de mi tiempo se va en tareas tediosas por naturaleza. Coordinar equipos de contabilidad, legales, escribir documentación sobre decisiones tomadas, registrar horas de trabajo del equipo en un software contable o revisar qué tipo de lógica debe tener un campo de texto para que podamos guardar información. Todos estos ejemplos son, en realidad, mi día a día. Con el tiempo me he dado cuenta de que esas tareas son el camino que separa el mundo de las ideas del de la realidad. El tedio es inevitable si se quiere hacer algo que valga la pena.
Este no es un texto que intenta reivindicar las tareas innecesarias. Es un intento por procesar las claves que me han ayudado a disfrutar (o al menos aceptar) la naturaleza del trabajo dentro de organizaciones complejas.
El tiempo real que podemos dedicar a hacer las tareas que se prometen en los trabajos glamorosos de producto —crear una estrategia, hablar con usuarios, tener sesiones de whiteboarding con el equipo de ingeniería— son una rareza y muchas veces un lujo. Cada vez soy más escéptico de quienes dicen que este es un problema personal o de la organización por falta de rigor o de aplicación de los principios de Inspired de Marty Cagan.
Incluso después de hacer todas las optimizaciones posibles, mi tiempo se vuelca cada vez más a las tareas que se necesitan, y no necesariamente a las que los libros enmarcan como las más «estratégicas».
Llevar la piedra a la cima de la montaña
Más allá del producto, creo que la mayoría de labores en organizaciones complejas —por el entorno cambiante o los problemas que resuelven— tienden a estados subóptimos donde el trabajo no responde a mejores prácticas ni a ideales académicos. En estos contextos no todo se puede automatizar de inmediato, hay tareas urgentes que caen en personas sin experiencia, y la constante es el cambio.
Aprender a identificar qué ineficiencias vale la pena resolver —y cuáles sólo contribuyen al teatro de ejecución— ha sido clave para madurar mi forma de trabajar.
Las personas más valoradas por su equipo, en mi experiencia, son quienes empujan la piedra de la ejecución cuesta arriba con una sonrisa. Esa sonrisa viene, creo, de entender que el trabajo requiere esfuerzo y está lleno de tareas que otros preferirían no hacer. Sí, siempre existe la opción de no hacer el trabajo, como Bartleby en el cuento de Melville o Peter Gibbons en Office Space. Pero también existe la opción de entender que la incomodidad viene con el paquete de cualquier trabajo.
No me identifico con el discurso de los bro-estoicos que creen que uno es dueño único de su destino e ignoran las desigualdades estructurales. Pero tampoco creo que cada tarea tediosa venga de un capricho de alguien que nos quiere hacer sufrir. Ambas ideas son simplificaciones cómodas frente a la pregunta difícil: ¿por qué hago lo que hago?
La rana está en el plato
Mi mejor hipótesis hoy es que, para poder superar el tedio, necesitamos tener convicción de por qué (o al menos para qué) estamos trabajando. Y, en segundo lugar, aceptar que trabajar implica una incomodidad permanente.
Para lo primero, escribí hace poco sobre la importancia de enamorarse del problema que resolvemos. Sé que no todos pueden darse ese lujo. Algunos trabajan porque les permite dedicarse fuera del trabajo a algo con más sentido: el arte, la familia, un hobby. Lo importante es tener claro el gran «por qué». Esa claridad, en mi experiencia, silencia muchas de las quejas automáticas que surgen frente a una tarea especialmente tediosa.
Los gringos dicen eat the frog, que se refiere a hacer las tareas que nos parecen las más tediosas rápidamente. Aunque suele usarse como consejo de productividad, para mí es una forma de entender la naturaleza del trabajo: siempre implica hacer las tareas ambiguas que otros evitan, mover un proyecto un milímetro, hacer que algo pase.
Agregar valor entonces, realmente trabajar, implica aceptar que el trabajo es tedio, y que por cada momento de plenitud y de flow hay muchos más de aburrimiento y frustración. Saber eso no lo vuelve más fácil, pero sí lo vuelve más claro.
En la última temporada de The White Lotus, un maestro budista le dice al padre de una familia rica de vacaciones: “El sufrimiento es inevitable en la vida… la muerte es quietud.” Esa frase me dejó pensando. Parte de estar vivo —y por tanto, de trabajar— es sufrir. No porque alguien quiera hacernos daño, sino porque el trabajo, como la vida, es un absurdo: elegimos voluntariamente enfrentarnos al tedio, la burocracia, la incomodidad.
Hay una indiferencia cósmica frente a nuestras quejas. No hay un propósito que recompense cada correo conciliando facturas o cada revisión de un campo de texto. Y sin embargo, lo hacemos. Porque empujar esa piedra sin sentido aparente a veces es el único camino hacia cosas que sí nos importan.
Me gustaría decir algo inteligente sobre el mito de Sísifo, pero estaría nadando fuera de las boyas que marcan el terreno donde me siento cómodo escribiendo públicamente. Lo que sí me atrevo a decir es que, aunque la inteligencia artificial nos ahorre ciertos tedios, traerá otros nuevos. El trabajo seguirá siendo, en esencia, incómodo. Y en eso, profundamente humano.
El remedio, si lo hay, es doble: saber por qué nos comemos la rana. Y, después, comérnosla con gusto, como un plato que se nos sirvió en un restaurante de estrella Michelin.
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Un lugar en Cali
Estuve en Cali esta semana porque tenía un matrimonio. Me encantó la ciudad, quiero volver y quedarme un rato más largo para conocerla mejor. Fui a un bar-restaurante con mi esposa y mis suegros que me pareció muy bueno en general.
Papi.Baramigo: www.instagram.com/papi.baramigo/
Una película
A propósito del artículo. Mike Judge es uno de mis directores favoritos. No sólo hizo la serie Silicon Valley y otras joyas Idiocracy sino que también escribió y dirigió Office Space que es una de mis películas favoritas. Esta película probablemente les diga si comparten o no mi sentido del humor.
Me encantó. Totalmente que eso es el trabajo. Es el Excel, no el Miro. Es la reunión inaportante, no la ideación imaginada. A veces el principal trabajo de los consultores es ofrecer momentos de ocio que se sienten como trabajo.