Disciplina y pensar en otros
La disciplina: malinterpretada por una generación que la idolatra
Siguiendo la línea temática de la naturaleza del trabajo, pensé en un tema que toqué brevemente cuando hablé del ejercicio de escribir: la disciplina. Se conecta con el post anterior, en el que hablaba de cómo, en su mayoría, significa superar el tedio de las tareas. Pero creo que merece una profundización. Para mí, la disciplina no significa estar en el club de las cuatro de la mañana, leer cierta cantidad de páginas diarias o obligarse a sentarse en silencio intentando acallar la mente. Es mucho más compleja y no se refiere a uno o varios microhábitos. La disciplina es tomar siempre la decisión que nos acerque más a esa visión por la que trabajamos, incluso si nadie se entera de que lo hicimos.
No quiero demeritar a quienes encuentran en sus rutinas herramientas para tener una vida más sana o que les brindan bienestar. Pero la obsesión con el bienestar es una de esas mentalidades egoístas de nuestra época que nos distrae de nuestra inacción frente a lo que realmente trae significado a la vida. Veo la cantidad de coaches de vida, tratamientos espirituales y demás soluciones dirigidas a adultos profesionales en busca de respuestas a un malestar trascendental. Rituales con cara de disciplina que adormecen la raíz del problema. Hoy, la disciplina parece estar más conectada con objetivos individuales y menos con el rol de la persona en la colectividad; y es esta última dimensión la que realmente permite servir al otro.
Disciplina como servicio
Durante mi carrera, fui monitor de la materia Historia del Desarrollo Empresarial Colombiano, y en los últimos años he escuchado distintos pódcast donde entrevistan a empresarios y fundadores. En muchos casos, estos empresarios del siglo XX alternaban entre el sector público y el privado con una convicción clara: servir al país desde el lugar donde fueran más útiles. Pienso en figuras como José María 'Chepe' Metralla, que entendían la empresa no solo como un vehículo de generación de riqueza, sino también como una forma concreta de construir nación. Eso me ha revelado un patrón sobre la verdadera disciplina. Una mentalidad de impacto colectivo consistente —y no solo como discurso— tiene más probabilidad de éxito que una centrada en intereses individuales. Los empresarios que querían hacer país en Antioquia y Santander lograron muchas veces crear empresas que transformaron su entorno y la realidad de la nación. Se me viene a la cabeza uno de los últimos episodios de Atemporal, donde entrevistan a Gonzalo Restrepo, exgerente del Éxito, que habla sobre este tema (recomendado, por cierto).
La disciplina de pensar en el impacto que queremos tener no es algo reservado para fundadores de empresas, servidores públicos o trabajadores de ONG. Está al alcance de cada nivel. Se ejerce cuando escogemos conscientemente dónde trabajar, cuando alzamos la mano para advertir que un proyecto puede impactar negativamente a las personas, cuando velamos porque nuestras acciones sirvan a otros y cuando lo que ofrecemos entrega realmente la solución que prometemos. Son caminos difíciles. En cada nivel hay miles de excusas para no tomarlos, pero justo por eso forman parte de la disciplina real. Desde la posición que tengamos, velar porque nuestro trabajo construya valor para otros —sin importar a qué nos dediquemos— nos hace disciplinados.
Sé que muchos de mis lectores trabajan en producto, y los ejemplos podrían ser más específicos. La disciplina comienza por preguntarse: la visión del producto para el que trabajo, ¿es realmente beneficiosa para los usuarios y el entorno donde va a operar? ¿Estoy representando de verdad los intereses de las personas que lo van a usar en las discusiones de negocio? ¿Me pregunto consistentemente si el mundo está mejor porque mi producto existe?
Elegir el impacto por encima del ego
Tener la convicción de hacer algo por los demás, más allá de nuestros intereses inmediatos —como nuestra familia— es infinitamente más difícil que pararse todos los días a las cuatro de la mañana a correr cinco kilómetros. Exige un sacrificio significativo. Pasar de trabajar por mi éxito y mi reconocimiento, a trabajar por algo que vale la pena: el impacto que quiero tener. Para mí, la disciplina es tomar esa decisión cada día y dejar que guíe el camino de nuestra vida. Hay muchas trampas que nos invitan a desviarnos hacia algo más glamuroso o cómodo: unirnos, por ejemplo, a quienes promueven la última tendencia en tecnología solo para levantar capital, caer en el círculo de querer volvernos un producto nosotros mismos y optimizar todo para que trabajar sea cada vez menos incómodo, o incluso conformarnos con pensar que cuidar a los nuestros es suficiente. En mi opinión, no lo es.
La disciplina es incluso más importante que entender el impacto que queremos tener, porque en el camino de tomar esa decisión todos los días, se hace más claro por qué vale la pena el sacrificio. Dar, aunque sea un poco, de nuestra disciplina hacia los demás es una forma de preguntarnos cada vez menos por qué trabajamos.
PD: Sé que la disciplina no se reduce a lo que planteo en este texto. Tal vez el tono dramático viene de la necesidad de procesar el egoísmo que, sin notarlo, también me inunda cuando pienso en el trabajo y en lo que considero importante.
OOO: Recomendaciones y otros
Un libro
No se puede hablar de disciplina sin que aparezca una referencia a la extensísima obra de Stephen King. King es un autor que muchos snobs de la literatura desprecian. Yo, por mi parte, soy fanático de lo que escribe, hasta de sus historias más regulares. En este momento estoy en el camino de La Torre Oscura. El libro que quiero recomendarles es solo un desvío de ese viaje (que es un viaje que sería irresponsable sugerir a otros, porque es dispendioso y frustrante).
Mr. Mercedes es parte de la trilogía de Bill Hodges. Me encantó. Se los recomiendo si quieren un thriller diferente.
Un agradecimiento
Gracias a las personas de mi trabajo, a las que me conocen de otros espacios y las que no me conocen personalmente, que se han tomado el tiempo de decirme que les gustó alguno de mis textos. Parte de lo que quiero con esto es ayudar a otros, y me motiva muchísimo leerlos, oírlos o, en general, sentir su apoyo. Hoy tengo más de cien suscriptores en este newsletter, y me gusta pensar que al menos esta disciplina de escribir está impactando positivamente a algunas personas.
Innovar es un acto de empatía. Uno soluciona para personas. De eso se trata.